domingo, 1 de noviembre de 2009

El Vasco en su laberinto

Dice el Vasco Arruabarrena que después del primer gol de Lanús sintió que no tenía más ganas de jugar, y lo dice como quien no termina de constatar lo evidente, como quien sigue atrapado en las madejas del asombro. No hay, en sus palabras, el menor atisbo de justificación actuada. Más bien se trata de una confesión desconcertada, avergonzada, atribulada. Y la verdad es que da pena que le haya sucedido lo que le sucedió y que lo precipite a semejantes amargores. Un tipo entrañable, el Vasco. Querido por sus compañeros y respetado por sus adversarios. Uno de esos profesionales que dignifican al fútbol, que lo hacen mejor de lo que es. Podría pensarse, y la hipótesis sería consistente, que el de Arruabarrena es un caso aislado. El previsible hastío de un futbolista otoñal que con 17 años en Primera se descubre incapaz de asir la sortija de la motivación. Pero sucede que ver jugar a Tigre supone asistir al derrumbe de un equipo que se desacostumbró a ganar o, peor, que se acostumbró a perder, y que más de una vez se revela derrotado en la víspera. Si del partido con Lanús hablamos, por caso, no sólo Arruabarrena dio la sensación de estar ausente de cuerpo presente. Fueron unos cuantos los que con muchos minutos por delante se entregaron a un tranquito administrativo. Cabe preguntarse, pues, qué hay del estado de ánimo de Diego Cagna, que de la noche a la mañana armó un equipo competente, fomentó un salto de calidad suficiente para rozar la vuelta en el Apertura 2008 y hoy busca y busca pero no encuentra respuestas. ¿Podrá Cagna, en clave bambinesca, enderezar la nave? ¿Podrá Tigre volver a ser Tigre? ¿Tendrá Arruabarrena una despedida más decorosa?

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